lo clasico

la ensalada de los estilos(editorial revista casa viva nº92)

POR MARCEL BENEDITO, DIRECTOR DE CASA VIVA


Digamos algo de entrada que supondrá un pequeño desengaño a los amantes de la llamada
decoración de estilo: la palabra clasicismo significa precisamente todo lo contrario de lo que
entienden por decoración. Clasicismo (un término que viene del arte griego y romano)

es austeridad, simplicidad, geometría y armonía. Clasicismo son líneas rectas,
formas estilizadas y simples, luminosidad y rigor.

Según esta acepción, es mil veces más clásico un austero interior de Mies van der Rohe -el
pabellón de Alemania en Barcelona, por ejemplo- que esos palacetes neobarrocos del pasado

siglo repletos de tapices y flores de lis.

Ese pastiche que es la decoración de muchos hogares españoles
ni es clasicismo ni es nada.

Lo más probable es que se trate de una ensalada de estilos donde podríamos encontrar
trazos de rústico castellano junto a elementos barrocos, formas propias de épocas isabelinas,
gustavinas y georgianas junto a cosas del más sofocante estilo rococó, piezas modernistas y
texturas decó. Armarios de inspiración marinera junto ajarapas andinas.


La fealdad también crea sus escuelas y la falta de información sus monstruos. Y puesto
que se trataba de vender muebles y colocarlos con más o menos gracia según el escaso gusto
de los clientes, pues se hace y ya está. El aspecto final del desaguisado a quién le importa si
la gente que va a vivir ahí dentro está satisfecha del resultado. El festival de reproducción

indiscriminada de estilos del pasado era tan desaprensivo que no solo se mezclaban piezas de
diferentes padres y madres sino que en un mismo armatoste podías encontrar formas de diversas
épocas. Una especie de monstruo de Frankestein de madera. De chapa de madera porque ni
siquiera se cuidaba la calidad del mobiliario y lo que antes tenía la nobleza de un material que
sabe envejecer con permiso de las termitas, ahora se sustituye por un conglomerado de serrín
y cola forrado con una chapita de roble y a correr.
Lo triste de esta situación es que es absolutamente nueva. Cada época ha vivido su

sensibilidad hacia una estética determinada. En unos casos por pura convicción y en otros porque
no había más nada.

La austeridad de los primeros hogares holandeses
o la de las comunidades amish americanas (por convicción religiosa),

la riqueza de los palacios barrocos (por una cuestión política),
la dulce frondosidad del modernismo (por reafirmación de la naturaleza), etcétera. Cada estilo
tiene un explicación ligada a su tiempo que se redondea con materiales locales, formas de
hacer artesanas propias del lugar, detalles históricos. El caso es que la gente sabía dónde
estaba y porqué. La decoración era una prolongación natural y armónica de las condiciones de
vida, del momento y por lo tanto era algo asumido y entendido en toda su expresividad. Ahora
no. Pervive el estilo mal llamado clásico y nadie sabe muy bien por qué.
Hay que buscar las pistas en nuestro país en la gestación apresurada y sin libro de

instrucciones de las clases medias.

De repente los nuevos burgueses, con dinero pero sin cultura
(porque hay cosas que no se
compran como sabemos muy bien), se fijan en lo que tienen por encima y lo imitan.
Y lo que
tenían por encima no era una clase burguesa con raíces sino una aristocracia trasnochada,
anclada en el pasado, ociosa y apegada a la tierra más que a las ciudades. Abonada a las rancias

tradiciones ibéricas y al tipismo religioso, propietaria de fincas y palacetes decorados en
otros siglos, que desprecia la cultura y el progreso y ama los fastos religiosos y militares. Mal
ejemplo, la verdad.

¿Lograremos salir del despiste generalizado? Algunos fabricantes de

mueble clásico no entienden porqué el mercado está cayendo. Nuestra opinión es que las aguas vuelven a su
cauce y las incoherencias son cada vez más obvias.
Empecemos a pensar en nuevas formas de entender lo clásico.